Por: Dra. Marwa Assar

El poder de la fe en tiempos de incertidumbre

Nosotros, como humanos, nos sentimos muy incómodos con la incertidumbre. Dios dice en el Corán: “De hecho, la humanidad fue creada ansiosa” (Corán, 70:19). Nos gusta que el mundo esté completamente explicado. Nos gusta que los acontecimientos y las circunstancias estén conectados y sean explicables. Apreciamos las historias de “causa y efecto” porque nos ayudan a sentirnos más seguros. Si sabemos que comer cierto alimento causa cáncer, entonces todo lo que tenemos que hacer es evitar ese alimento. Y si sabemos que otro tipo de alimento nos protege del cáncer, entonces todo lo que tenemos que hacer es comer más de ese alimento. Causa y efecto es lo que queremos escuchar porque nos da una sensación de control sobre nuestras vidas. Pero, ¿qué sucede cuando oímos hablar de una persona que comió todo lo correcto y aún así contrajo cáncer? ¿Qué pasa cuando escuchamos que la persona que hacía ejercicio y comía más sano que cualquiera de nosotros murió de una enfermedad cardíaca? ¿Qué sucede cuando somos testigos de resultados y acontecimientos que no pueden explicarse simplemente por causa y efecto? Nos sentimos confundidos, decepcionados y descorazonados. Sentimos que no tenemos control. Y cuando perdemos el control, queremos desesperadamente conectarnos con aquellos que creemos que tienen el control. Como seres humanos, nuestros corazones anhelan constantemente sentirnos conectados. Nos da la sensación de seguridad y protección.

Cómo encontrar paz y fuerza en medio del caos

Sería bueno estar conectado con el mejor oncólogo si alguna vez tuviéramos cáncer. Sería bueno estar conectado con el mejor abogado si alguna vez tuviéramos problemas legales. Esas conexiones nos brindan seguridad cuando nos damos cuenta de que no podemos proporcionárnosla nosotros mismos. Pero, ¿qué sucede cuando esas conexiones también fallan? Estamos abrumados por sentimientos de impotencia, frustración e ira. Odiamos que los médicos, científicos y académicos más educados no puedan explicar por qué sucedió algo. Odiamos cuando no hay remedio para la situación en la que nos encontramos. Odiamos cuando las cosas simplemente no se pueden explicar. Y cuando todos nuestros recursos han fallado, nos agitamos cuando alguien sugiere que acudamos a Dios en busca de ayuda. Eso suena tonto. "¿Cómo va a ayudar eso?" “La fe no puede darme las respuestas que quiero”. Eso es verdad.

La fe no está destinada a brindarnos las respuestas que queremos en ese momento, ni es una solución instantánea al problema que estamos tratando de solucionar. Nos proporciona algo mucho más grande. Nos proporciona la conexión con Aquel que tiene todos los recursos, proporciona todas las soluciones y posee todo el control.

Por qué acudir a Dios en tiempos de crisis no es un signo de debilidad

Cuando no tenemos salida, nos damos cuenta de nuestra propia fragilidad y de la fragilidad de Su creación. La lógica de la que dependíamos para entender el mundo no es suficiente. La gente es limitada. Los recursos están secos. Las puertas se cierran de golpe a pesar de que llamamos constantemente. Esto no es una coincidencia. Esto no es un desastre. Es una redirección y un despertar. El problema estaba ahí para ayudarnos a navegar nuestro camino hacia Aquel cuya puerta estuvo abierta todo el tiempo y cuyos recursos nunca se agotan. Estas pruebas están ahí para recordarnos Su presencia cuando hemos sido engañados al pensar que no lo necesitamos. Es precisamente ese problema, esos momentos de impotencia, los que nos llevaron a arrodillarnos, humillados ante Aquel que tiene el control total. Esa conexión es la solución, no sólo porque nos brindó consuelo y tranquilidad, sino también porque enciende el corazón con la aceptación de que tal vez no tengamos todas las respuestas a por qué nos suceden las cosas, pero tenemos una conexión con el Único. que hace.

“Cuando no nos queda nada más que Dios, descubrimos que Dios es suficiente”.

~ Rumi

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